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Freestyle

May 7, 2007

Ciertas escenas solo ocurren en la ciudad; el centro repleto de gente caminando en todas direcciones, a toda velocidad; sujetos que trabajan en un cubículo de un 15º piso; el interminable cauce de vehículos de distinto tamaño y calidad; unos muchachos freestyleando… Un freestyle es una improvisación; literalmente significa “estilo libre”. Normalmente, al que improvisa le acompaña un beatbox; vale decir, alguien que interpreta vocalmente los sonidos de la batería, él marca el ritmo que debe seguir el que canta. Esto en resumidas cuentas es un freestyle, pero es bien poco lo que nos dice. Por tanto, con el permiso del lector, voy a caricaturizar un poco y a usar una imagen que late en el imaginario del Hip-Hop.

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Nos adentramos en las altas horas de la noche santiaguina, esas en que ya casi no quedan autos; solo se los escucha a ratos en las avenidas principales. En los intersticios de una población o en sus alrededores, en una esquina o una plaza, un grupo de 6 muchachos (digamos, todos hombres, por claridad argumental), todos de pie, forman una especie de circunferencia. Nótense los pantalones y polerones anchos, las enormes chaquetas, los posibles jokeys, bandanas o pañoletas. Uno o más de uno hace el beatbox, mientras otro canta. La luz de un solo poste alumbra a estos muchachos que sucesivamente van tomando la palabra; ahora uno, ahora el otro, le dan pases al siguiente para que continúe la rima en que quedaron. Se van turnando en el beatbox. Algunos luchan entre sí verbalmente, critican al sistema, amenazan a sus enemigos; otros dedicarán sus rimas a una muchacha o a Dios. La única condición es hacerlo al ritmo, conservando la rima y a gran velocidad.

Observemos con detenimiento. Evidentemente el detalle de la vestimenta no es baladí; es un uniforme, un estilo que los hace ser identificados públicamente como pertenecientes a la cultura hip-hop; pero no solo eso, los inscribe en una tradición que se ha ido modificando. Cuenta la leyenda (recogida por Wikipedia, entre otros) que esta cultura nació en los barrios bajos de New York, que sus fundadores fueron pandilleros peligrosos, los cuales tenían esa moda de vestir ropa ancha. Considerando esto, no es arbitrario decir que los 6 muchachos de más arriba se visten a la moda de los pandilleros, cantan música de pandilleros y, por tanto, tienen estética de pandillero. Y, ¿qué es esto? Nótese que el asunto no se trata simplemente de pertenecer a un grupo de jóvenes que luchan por territorio o por “respeto”, sino de pertenecer a un entorno social en que se escuchan balazos en la noche; en que hay padres que no salen a trabajar, sino a robar, hay madres que se prostituyen, y etc. Lugares en que el futuro se ve negro son donde prolifera el Hip-Hop; la favela, la villa, el getho, etc. Por eso la temática social y el tono contestatario, hasta violento, de sus producciones.

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Pero no perdamos de vista la imagen. Estos MCs pallan al amparo de la noche, alejados de las miradas ajenas y de las figuras represivas (los padres de alguno de los más jóvenes del grupo, un policía, etc.). Quizás, su antecedente más directo lo constituyen las improvisaciones del blues de principios del siglo pasado que hablaban de las penurias que sufrieron los negros en las plantaciones de algodón, pero aquellos “lamentos” están todavía demasiado ligados a una cultura campesina; como ella, y esto es capital, son muy lentos. Tal vez, el rasgo más específico del Hip-Hop y, claro, del freestyle es su obsesión por la velocidad. Y no es que gane el que más rápido canta, empero, el ritmo es acelerado, y las rimas rápidas son señal de habilidad.

El ritmo acelerado de la urbe es el que domina sus lenguas. Cantar a esa velocidad recuerda un poco a la escritura automática, que intentaba desvelar los secretos de nuestra mente, puesto que a esa velocidad e intentando seguir un metro, los filtros por los que pasan las ideas, en su camino desde el cerebro hasta la boca, no alcanzan a funcionar por completo. Entonces, tenemos a unos muchachos en lo oscuro, alejados de la vigilancia, concientes de las desigualdades sociales, puesto que pertenecen (en esta caricatura) a ese grupo de gente que a la policía no le importa proteger; estos, además, se saben continuadores de una tradición contestataria y, por convenciones del género, cantan a una velocidad que no les permite elegir mucho lo que dicen; o sea, en buena medida, dicen lo que les viene a la mente. Claramente, lo que salga de sus bocas, en el fondo, no puede ser más que una transgresión del orden, un guiño a la subversión, un llamado a los desprotegidos, a los desamparados de este sistema, para que se levanten y, por medio de la critica y la organización, recuperen la dignidad perdida.                

Camilo Rovira.